The Caravan of Change

¿Qué hacer si tu ciudad sufró una guerra civil y no se despierta de esa pesadilla? Si todos se encierran dentro de sus casas por desconfianza de los vecinos? Eso era la situación de la ciudad desierta de Villa El Salvador, cuando una joven de 16 años salió a las calles vacías con una nariz de payaso. Adónde muchos la siguieron, hasta hoy.

publicado por Peace Boat (>> y >>, Youtube >>), en inglés >> y en la revista alemán “Südlink” 2/2013 >>

El silencio de la tarde envuelve Villa El Salvador, una ciudad en el desierto fuera de Lima. Un perro cruza la calle con cansancio. De pronto se detiene y levanta sus oídos. ¿Era eso un tambor de rueda? ¿Y es eso que aparece detrás de la colina realmente un sombrero de payaso? Como un espejismo Fata Morgana, un grupo con trajes coloridos se acerca. Sus zancos levantan la arena del desierto y sus tambores aceleran el pulso del barrio. Algunos son artistas virtuosos, otros luchan con su equilibrio. Los niños se asoman por las puertas de sus casas y se unen a la caravana, llenando el aire con su risa. Villa El Salvador ha cambiado en un instante, la ciudad vuelve a ser sí misma de nuevo.

Los jóvenes músicos y acróbatas forman parte del grupo de teatro Arena y Esteras, quienes esta tarde se unen a los participantes de Peace Boat que visitan la organización asociada durante un programe de intercambio de dos días. El grupo ha sido ampliamente reconocido por difundir la esperanza y crear nuevas visiones para su comunidad una vez desesperada. En 2012, su fundadora Ana Sofía Pineda recibió el premio cultural más importante de Perú, el Premio Nacional de Cultura. El nombre de Arena y Esteras rinde homenaje a los orígenes de Villa El Salvador, un asentamiento que comenzó de cero en los años 70 creado por indígenas que habían huido de la guerra de guerrillas de las montañas andin. Para la construcción de sus casas, ellos no tenían nada más que arena para el suelo y paja o esteras para las paredes. Pero a pesar de las dificultades Ana Sofía Pineda sonríe cuando recuerda esas épocas. “Fue un tiempo maravilloso.” Su madre, hija de inmigrantes japoneses, la llevó a Villa El Salvador en la parte trasera de un camión. Ella era pobre, una madre soltera y tres de sus ocho hijos habían muerto cuando pequeños. “Habíamos vivido en muchos lugares diferentes ya, incluso en una fábrica, donde sea que mi madre encontraba trabajo”, Ana Sofía Pineda recuerda. Pero de todos los lugares que había conocido, Villa era diferente. “No había nada que temer, ni siquiera coches.” Ella recuerda correr descalza sobre la arena, día y noche, junto a los perros y los niños del vecindario. Mientras que los adultos se esforzaron por traer agua, electricidad y transporte a este desierto del Pacífico, los niños percibían el mismo lugar como una playa interminable.

Hoy en día se estima que 400.000 personas viven en Villa El Salvador. Durante su recorrido por la ciudad, los participantes de Peace Boat se sorprendieron al ver su rigurosa planificación urbana. Al principio, los habitantes habían subdividido su ciudad en 16 barrios o manzanas, que a su vez se dividieron en grupos residenciales auto-gobernados. Ciertas áreas están reservadas para la agricultura y la pesca, las playas y las industrias. Hay más de 1.200 empresas con sede en Villa vendiendo muebles y artesanías por todo el país. “Es la solidaridad de la gente que hacen que este lugar sea único” Pineda reflexiona. “Nos dimos cuenta que no podíamos esperar mucho de nuestro gobierno, por lo tanto, compartimos lo poco que teníamos.” Desde el principio, los habitantes de cada grupo residencial establecieron fuertes vínculos entre sí, eligiendo sus propios líderes, tomando turnos para cocinar, compartiendo la comida y construyendo espacios comunales durante eventos de la comunidad llamados “minga” o “faena”. Mientras ciudades vecinas del desierto luchan contra el desempleo y la violencia, Villa El Salvador esta relativamente bien. El antiguo asentamiento de desplazados se ha convertido en un modelo de ciudad elogiada por su auto-administración y su solidaridad interna. Entre los muchos premios que ha recibido, se encuentra el título de “Embajador de la Paz” otorgado por las Naciones Unidas.

Los habitantes saben lo que significa la paz , ya que su ciudad se salvó por poco de ser destruida en una guerra. Ana Sofía Pineda recuerda vívidamente una noche a principios de los años noventa, en la que Villa El Salvador se quedó completamente a oscuras. “Yo sabía que alguien debió haber manipulado las luces de la calle. De repente incendios iluminaron la playa y las montañas. Una vez que mi vista se acostumbro, me di cuenta de que cada fuego tenía la forma de la hoz y el martillo, símbolo comunista. Entendí lo que eso significaba: ‘Sendero le está mirando.'” Aunque la adolescente no sabía lo qué Sendero Luminoso realmente representaba – pocas personas lo sabían en ese momento -, sintió cómo algo estrangulaba su ciudad. Algo más grande que la pobreza, la escasez de agua o derechos de vivienda – todos estos problemas que su madre y los vecinos habían luchado durante los primeros años. No, esto era algo monstruoso, algo que no se iba a través de una serie de reuniones o manifestaciones. Su intuición era correcta: Para entonces los revolucionarios convertidos en terroristas ya habían matado a 70.000 personas en las montañas andinas. Estaban luchando por el poder, sin importar el costo. Para ellos Villa El Salvador era el último obstáculo que tomar antes de Lima.

En poco tiempo, la ciudad autónoma había sido tomada por el caos, la desconfianza y la desolación. Cientos de líderes locales fueron asesinados. Los niños estaban tan acostumbrados a la guerra que empezaron a jugar “terroristas y militares”. Ana Sofía Pineda era una adolescente rebelde en ese momento, como ella dice: “Cuanto más difícil todo se hizo, más me esforzaba por mi libertad.” En medio de las explosiones, las detenciones y los disparos, cuando todo el mundo se escondió en el interior, la joven de 14 años de edad y sus amigos salieron a la calle. No con consignas y megáfonos sino con narices de payaso y zancos, iniciando una revolución no violenta. “Yo causé a mi madre muchas noches sin dormir”, admite. “Estábamos haciendo algo totalmente imprudente.” Un amigo de Ana, Arturo Mejía, con quien más tarde se casó, fue encarcelado durante varios días, pero aparte de esto, los jóvenes resultaron ilesos. “¿Cómo podríamos ceder en silencio a la destrucción de todo lo que nuestros padres habían luchado por crear? Nos entristeció al ver que incluso los vecinos habían dejado de hablar unos con otros.” Los jóvenes artistas encontraron otra forma de comunicarse con ellos – su espectáculo de circo tocó la imaginación de todo el mundo y se rompió el hechizo. Cuando los terroristas mataron a la admirada vice-alcalde de Villa El Salvador, María Elena Moyano, en 1992, la ira y el dolor finalmente condujeron a toda la ciudad a la calle. Cientos de miles de personas acompañaron su ataúd a la tumba.

En las últimas dos décadas el terrorismo y las tensiones políticas en la región han disminuido. Una nueva línea de tren ha acortado la distancia entre Villa y Lima de 90 a 20 minutos, convirtiendo al asentamiento en uno de los suburbios de la capital, más que en un simple barrio de invasión. Sin embargo, la comunidad enfrenta nuevas amenazas: La sociedad de consumo ha controlado visiblemente la hasta hace poco autónoma localidad. Las casas se venden, se privatiza el suelo, la corrupción es rampante y las familias se desmoronan. Más que nunca, Ana Sofía Pineda está dedicada a preservar los valores originales de la ciudad – y los últimos 20 años la han preparado para esta tarea: Ha estudiado en Francia y se ha convertido en una experimentada educadora y promotora cultural. Arena y Esteras ha crecido hasta convertirse en una organización y escuela de teatro ampliamente reconocida, con cientos de jóvenes participantes, que atrae a patrocinadores internacionales, premios y es invitada regularmente al extranjero.

Cuando los participantes de Peace Boat pasaron la noche en el nuevo edificio de la organización, la “Casa Cultural Comunitaria”, patrocinada por la Embajada de Japón en el Perú, rapidamente se convirtieron en parte de la familia de Arena y Esteras, compartiendo la comida y el conocimiento. A pesar de la barrera del idioma, se hicieron amigos de los adolescentes peruanos: Con Dayan que pintó sus caras, con Yann que tenía sus zancos mientras caminaban y con Flor, que bailó con ellos en el escenario. Flor tiene catorce años – la edad que Ana Sofía tenia cuando Sendero invadió la ciudad. La estudiante se unió a las clases de teatro gratuitas hace tres años y ya se ha convertido en una talentoso baterista, trapecista y narradora. Junto con seis amigos se está preparando para ir en su segundo viaje a Europa este verano con “Moo”, una obra de teatro que han escrito ellos mismos. Con canciones, bailes y elementos artísticos que cuentan la historia de los niños peruanos que desaparecen como consecuencia de la violencia familiar, las condiciones inhumanas de trabajo o el anonimato de la gran ciudad. “Casi todos nosotros hemos experimentado la violencia u otros problemas en nuestras familias”, comparte Yann, un joven tímido de 20 años de edad, quien se unió a Arena y Esteras en contra de la voluntad de su familia extendida. “Mis tíos y primos me criticaron y sugirieron que debía buscar un empleo en su lugar.” Cuando abandonó la universidad, porque no podía hacer frente a las expectativas, Arena y Esteras se convirtió en su escuela de vida. A veces Ana Sofía Pineda se despierta en medio de la noche, cuando uno de sus alumnos llama a la puerta en busca de un consejo, un lugar para dormir o simplemente un abrazo. Consiguen todo esto. Para muchos, la Casa Cultural se ha convertido en una segunda o primera vivienda.

“No nos centramos en la formación de acróbatas profesionales” Ana Sofía Pineda dice a los participantes de Peace Boat. “Nuestro principal objetivo es formar líderes comunitarios del mañana.” Flor planea estudiar comunicación social en Lima algún día, pero ella quiere usar sus habilidades en beneficio de su pueblo. “Nuestros viajes al extranjero me han inspirado mucho. Pero me ha frustrado ver a los ricos que utilizan sus recursos para completas tonterías y todavía se quejan de sus vidas”, dice. “Aquí he aprendido a apreciar mis orígenes y mi familia.” Los tambores llaman, ella sonríe disculpándose y camina hacia la corredera, donde sus amigos la esperan. A diferencia de 1991, 2013 parece ser un buen año para ser un adolescente en Villa El Salvador.

  • The Japanese NGO Peace Boat visited its partner organisation Arena y Esteras.
  • Flor is fourteen, the age Ana Pinedo was, when Villa El Salvador was caught in the middle of a violent conflict.
  • Arena y Esteras often walks through poor neighbourhoods of Villa El Salvador - "bringing smiles to children who really need it".
  • By teaching theatre and circus arts to local youths for two decades, Arena y Esteras has been spreading hope and new visions to the community.
  • Peace Boat participants enjoyed mingling with local children and teaching them origami.
  • When theatre founder Ana Sofía Pineda was a teenager, Villa El Salvador was invaded by terrorists and soldiers.