Mi vecino el dictador

Bielorrusia es la última dictadura de Europa y la capital lituana está tan solo a 40 kilómetros de la frontera. Los defensores de los derechos civiles bielorrusos utilizan Vilna como lugar de refugio y centro de operaciones. Mientras tanto, la presidenta lituana mantiene la buena relación con el déspota bielorruso.

publicado en seis idiomas en la Revista Européa Cafebabel.com >> y nominado por el CEE Journalism Prize 2012 („Writing for Central and Eastern Europe“) >>

La central está tan bien escondida que ni siquiera la misma KGB la ha encontrado todavía; es más, ¿quién querría pasearse por esta fila interminable de construcciones prefabricadas y de naves industriales? E incluso quien consiga llegar hasta el final seguro que decide rápidamente dar media vuelta. El edificio parece abandonado, el cartel de la puerta apenas se puede leer debido a la erosión y no hay timbre. Solo los iniciados cruzan el umbral. Justo después de encontrarán un torbellino de actividad frenética.

Vilna representa el exilio, el tránsito, la improvisación. Ningún otro lugar evidencia esto tanto como la organización de defensa de los Derechos HumanosNash Dom (Nuestra casa), que dirige Olga Karatch, quien explica a dos colaboradoras llegadas de Minsk la estrategia para las próximos semanas. Con la ayuda de 300 voluntarios distribuyen el periódico de la organización por todo el país. 150.000 ejemplares, una tirada que solo pueden esperar los medios estatales. Olga Karatch parece contener el aliento, como si el futuro de su país se pudiera decidir en las siguientes semanas después de 17 años de elecciones falsificadas, de cambios constitucionales y de persecuciones políticas.

Esta mujer de 33 años ha sacrificado toda su juventud combatiendo contra el déspota bielorruso. Cuando se casó era tan conocida como activista que los miembros de la KGB vigilaron la ceremonia. “Se tomaron esto por una concentración de conspiradores”. Su despacho en Minsk fue durante mucho tiempo el blanco de los saqueos de los servicios secretos. Con ocasión de un taller en abril del año pasado, 18 jefes de la organización fueron detenidos durante varios días y la misma Olga Karatch fue golpeada. Hasta ahora, ha sido detenida unas “50 veces, 100 veces”, todos los días durante determinadas temporadas. A veces es objeto de amenazas: tu perro será asesinado, serás violada. La joven lo cuenta fríamente, como si estuviera hablando de una factura del gas. “Esto no ayuda a nuestra organización. A largo plazo, no nos podemos permitir todas estas campañas de solidaridad y todos estos abogados”.

Desde que los movimientos de protesta se agravaron en Bielorrusia –con las manifestaciones que siguieron a las elecciones del 10 de diciembre de 2010 y la “revolución muda” del verano de 2011- la ciudad vecina cobra un nuevo significado como centro neurálgico de la resistencia: en Vilna, la EHU (Universidad Europea de Humanidades) abrió sus puertas después de su exclusión de la ciudad de Minsk. La elección de los activistas de la capital lituana no se hizo al azar: Vilna es la primera frontera de la Unión Europea, a 40 kilómetros de Bielorrusia y a tres horas en tren de Minsk. La proximidad emocional tampoco se puede olvidar: “Wilnja” fue en el siglo XIX el centro cultural de Bielorrusia y hoy en día residen allí más de 20.000 bielorrusos.

Mientras Vilna alberga a los adversarios de Alexandr Lukashenko, la presidenta lituana, Dalia Grybauskaitė, mantiene lazos económicos y diplomáticos con el dictador, muy aislado internacionalmente. Los lituanos se lo agradecen manifestándole una gran afección. Bielorrusia es, para un pequeño país con una actividad económica reducida como Lituania, un socio comercial importante. Pero el pasado mes de agosto vimos a qué podía llevar la cooperación con este régimen: los lituanos divulgaron datos sobre la cuenta bancaria del defensor de los Derechos humanos bielorruso Ales Byalyatski y también contribuyeron a que fuera condenado a cuatro años y medio de cárcel.

Un año después de los movimientos masivos de protesta, llenos de esperanza pero que al final no tuvieron mucho éxito, los defensores de los derechos civiles de Minsk tienen la impresión de ser como Sísifo: solo su humor negro les salva del desaliento. Las caricaturas de Lukashenko circulan por ahí. Una joven traductora no encuentra la palabra para “elecciones” y contesta, en broma: “No es sorprendente, nunca he tenido la ocasión de conocer eso”. Ellos lo saben: mientras Lukasehnko mantenga financieramente Bielossuria, los bielorrusos continuarán aceptando su destino en vez de rebelarse.

Incluso la universidad en el exilio EHU, antes bastión de la resistencia política, parece ahora el castillo de la Bella durmiente. Solo el 15% de los estudiantes, como mucho, estarían políticamente activos, lamenta Kasia Stsiapanava, en cuarto curso de Periodismo. Es observadora de las elecciones y portavoz de la Belarusian Human Rights House (Casa bielorrusa de derechos humanos). Según ella, los estudiantes más jóvenes, nacidos bajo el régimen de Lukashenko, vienen a estudiar aquí solo por tener unas mejores perspectivas profesionales.

Los rumores circulan. La KGB captaría a estudiantes para que hagan informes sobre sus compañeros de universidad. Kasia Stsiapanava inclina la cabeza : “me parece muy probable”. Hace un año fue interceptada en la frontera la noche de Navidad y llevada a una sala de interrogatorios de la KGB. “Los empleados trataron de que dijera si los candidatos de la oposición nos habían exortado a los estudiantes a participar en las manifestaciones de Minsk, si yo era una “buena” o “mala” observadora de las elecciones”. Kasia Stsiapanava parece frágil y vulnerable, casi como una niña (una presa fácil debieron de pensar los policías de la frontera).

Se equivocaron y ¡de qué manera! Como hija de periodistas críticos con el sistema, ella se había preparado para una posible detención. De camino al interrogatorio llamó a sus padres con su móvil, una llamada que fue retransmitida en directo. Pero la situación cambió: su padre amenazó a los agentes de la KGB por teléfono, otros periodistas hablaron del caso de la joven de 21 años y la apoyaron. Después de cuatro horas, Kasia Stsiapanava fue liberada y aprendió varias cosas : “La KGB también está compuesta por hombres y algunos son más tontos de lo que pensamos. Cuando ahora paso la frontera siempre veo a los hombres que me detuvieron el año pasado. Veo que retienen más tiempo mi pasaporte, que me reconocen y que el rojo de la vergüenza aparece en su rostro”.

Hace frío en la central de Nash Dom, cuyos miembros, temblando de agotamiento, se aferran a su taza de té. Olga Karatch, como para calmarse a sí misma, pasa un peine por flequillo ya peinado. Detrás, un caos de folletos, de bolsas de té y de prospectos, un abeto de plástico brilla bajo la luz de neón. Olga Karatch no sabe aún si podrá pasar la Navidad en casa. El año de la Primavera Árabe se termina con el invierno bielorruso.

Este artículo forma parte de Multikulti on the Ground 2011-2012, una serie de reportajes realizados por cafebabel sobre el multiculturalismo en toda Europa.

Traducción española por Cristina Cartes